El Amarna

Colección de artículos sobre filosofía primordial, sophia perennis, ocultismo, esoterismo, geometría sagrada, mitología, historia oculta y misticismo.

Las mujeres en el misticismo cristiano

Posted by cosmoxenus en 2 junio 2007

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María Toscano y Germán Ancochea

La mujer ha ocupado siempre un lugar secundario, en el mejor de los casos, en la manifestación externa, en el exoterismo, de las tres religiones abrahámicas. Tanto el judaísmo, como el cristianismo o el Islam, en sus momentos fundacionales, supusieron avances significativos en la liberación relativa de la mujer respecto a la situación social de su época. Así el apóstol Pablo recuerda: En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Gálatas III, 27-28) y el Qorán equipara una y otra vez a hombres y mujeres, por ejemplo: Dios ha preparado perdón y magnífica recompensa para los musulmanes y las musulmanas, los creyentes y las creyentes, los devotos y las devotas, los sinceros y las sinceras, los pacientes y las pacientes […] los que y las que recuerdan mucho a Dios. (Qorán XXXIII,35).

Sin embargo, al irse consolidando como religiones establecidas, sus dirigentes -varones-, en lugar de continuar profundizando en el proceso, fueron poco a poco fosilizando la situación volviendo a colocar a la mujer en una posición inferior al varón, cuando no le imponían, además, cargas absolutamente injustas e injustificables que nada tenían que ver con el espíritu de las respectivas religiones. Y mientras tanto, si no quedaba más remedio que alabar la cimas espirituales alcanzadas por alguna mujer, se acababa diciendo de ella «que Dios la había hecho varón».

La mujer, sin embargo, no sólo muestra el “otro” rostro de Dios – del que nos habla el relato del Génesis: Y creó Elhoim[1] al hombre a su imagen y semejanza, varón y hembra lo creó (Génesis I,26)-frente al rostro patriarcal representado por los valores masculinos de JHVH, el Padre o Allāh, sino que probablemente la actitud femenina, de pasiva actividad, que todo lo espera de Dios, está mucho más próxima a la auténtica actitud mística que la actividad “depredadora” masculina, que tiende a considerar a Dios como un trofeo a conseguir o como una presa a cazar.

Además de las grandes y conocidas místicas de la tradición cristiana, como pudieron ser santa Clara, Teresa de Jesús y tantas otras, el cristianismo está, desde sus primeros tiempos, poblado de mujeres -anónimas en muchos casos, y desconocidas para la mayoría en otros- que han representado la savia vital que ha mantenido viva la tradición. La historia real de la humanidad se sustenta, en buena parte, en vidas escondidas, ocultas, y, sin embargo, vidas desbordantes de riqueza, de una riqueza y una fuerza que gracias a las cuales vivimos nosotros. Las instituciones sobreviven gracias a esas gentes escondidas que viven una vida interior viva, fluida y rica.

Toda la vida espiritual, en el fondo, no es más que un fluir, es como un río que fluye desde la eternidad hasta nosotros y que fluye de una manera oculta. El río está siempre, pero está escondido, el río está dentro pero oculto y de vez en cuando, como al río Guadiana, aflora. Hay momentos históricos en que ese fluir de la vida interior brota, surge, se revitaliza y aparece y lo hace concretándose en grandes hombres y mujeres que dan a la vida espiritual una fuerza que durante siglos había permanecido oculta. La vida espiritual es una corriente que no se ha interrumpido nunca, pero que nosotros no conocemos más que en el momento en que aflora a la superficie.

En esta vida espiritual, fluyente y rica, han cumplido un papel fundamental las mujeres. Hay grandes mujeres místicas de todas las religiones, que han hecho con su vida y su doctrina que ese río aumente, que esa vida espiritual sea grande, sea positiva, sea inmensa, y muchas de esas mujeres las desconocemos. Querríamos empezar a hablar de aquellas de las que nadie habla, de aquel mundo de mujeres que han mantenido con una fe y una vida espiritual riquísima un mundo fluido y escondido, gracias a las cuales nosotros podemos estar aquí, pero antes nos gustaría detenernos en dos mujeres que han marcado el inicio del cristianismo y que, por encima de sus realidades históricas, han encarnado en su momento el arquetipo de importantes aspectos de la actitud mística, de ese camino que siempre aspira a, que no se conforma con menos que, la Unión con la Divinidad (al margen de la forma en que las distintas teologías intenten explicar en que consiste esta unión). Nos referimos a María, la madre de Jesús, y a María Magdalena.

Si las distintas tradiciones religiosas, cuando son auténticas, representan otros tantos rostros de Dios, cada una de ellas puede ayudar a las otras a comprender mejor, a arrojar nueva luz, sobre su propio camino, nos permitiremos, por ello, recurrir, en ocasiones, a la tradición de la kabbalah y a la tradición sufí, para iluminar el rostro de estas dos mujeres que marcaron el inicio de la comprensión del misterio de Jesús, que, como su propio nombre indica y como anunció el ángel, no es más que el misterio de Dios en nosotros.[2]

Fijémonos, un momento, en algunos de los aspectos que los métodos de la kabbalah nos revelan del nombre de ambas Marías, Miriam en hebreo[3]. En primer lugar su valor numérico (290/850) nos dice que Miriam equivale a “fertilizar”, a “fruto”, a “dar forma”, a “modelar”, pero también a “melancolía”, a “tristeza”. Por otra parte, el nombre Miriam contiene dentro de sí, entre otras palabras, las de “amargo”, “mar” y “¿quien?” en cuanto pregunta por lo que uno mismo es. También en el sistema numérico de los sufíes, conocido como Abyad, el valor numérico de María (o Maryam, en persa y árabe) es 290; el Nombre divino del que María es el símbolo, o lugar de su manifestación (Mazhar), es “El Sustentador”que significa lo mismo que “fertilizador”[4]. Vemos así que, por una parte María contiene en su interior la pregunta última por la realidad de uno mismo: “¿quien soy?”, y la respuesta: “el mar”, símbolo de esa Realidad última de la que todos procedemos y a la que todos retornamos. Por otra parte, hacia afuera, el nombre nos habla de dar forma a esa realidad y de ofrecernos el fruto como respuesta. Pero, tanto por dentro como por fuera, el nombre implica también la melancolía y la tristeza por lo que todavía no es una realidad, tristeza que marcó la vida de ambas mujeres que, sin embargo, parecen haber finalmente alcanzado el fruto y llegado al mar. Veamos ahora que nos cuentan sus vidas.

María, la madre de Jesús

No vamos a añadir nada a los miles de páginas escritas, desde todos los puntos de vista, sobre María la madre de Jesús, pero sí nos gustaría detenernos en algunos momentos de su vida que nos sirven de señales en la senda.

Cuando María -cuyo estado virginal simboliza la ausencia de ego y manifiesta un corazón libre en el que puede habitar el Espíritu- recibe la visita del ángel, anunciándole los planes de Dios, para ella incomprensibles, su primera reacción es no entender nada, y quedarse anonadada por la presencia que intuye y que sabe no merecer: ella se conturbó por estas palabras y discurría que significaría aquel saludo nos dice el evangelista Lucas (I, 29), como nos sucede con frecuencia cuando la voz, la llamada, el perfume de la Divinidad irrumpen en nuestra vida. Pero su respuesta, su aceptación, fue inequívoca: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lucas I, 38) y la muestra de la autenticidad de su respuesta no fueron actos maravillosos ni eclosiones de alegría, su primera reacción fue ir a servir a su prima Isabel que estaba encinta, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa (Lucas I, 39), ya que la única forma de abrir el corazón a Dios es el servicio a los demás: «Ya que todo es Uno y Uno son todos, trata de amar a todos y servirles, para que seas capaz de amar al Uno»[5]. Cuando María llega a casa de su prima, y es reconocida y alabada por su santidad, estalla en un canto de humildad y de acción de gracias: el Magnificat.

Magnificat

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
Su nombre es santo,
y Su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a su pueblo
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
(Lucas I, 46-55)

Los años que siguieron al nacimiento de Jesús, lo que para María suponía el haber “dado forma” y “mostrado” el «Dios en nosotros», estuvieron llenos para ella de sucesos incomprensibles, acontecimientos felices y sucesos que le produjeron “dolor” y “amargura”, sin embargo nada de ello alteró su rectitud en la senda: María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón, nos dice el evangelista Lucas (II, 19). Había alcanzado la morada que la terminología sufí llama de la estabilidad (tamkin) y que se refiere al encontrar la calma y el reposo después de atravesar los estados y las moradas espirituales de la senda. En este estado el sufí ha cruzado los límites de la agitación y el cambio y ha alcanzado la culminación de la constancia en el Unicidad.[6]

Es esta actitud la que convierte a María en maestra capaz de percibir el estado y las necesidades espirituales de los que la rodean, y, al principio parece, ser más “consciente del momento” que su propio hijo. En términos sufíes se entiende por momento (waqt) aquel momento en que, por la gracia de Dios, surge en el corazón una inspiración o una atracción divina de tal forma que el sufí se vuelve inconsciente de la continuidad del tiempo en el futuro y en el pasado[7]. El evangelio de Juan es especialmente sensible al “momento”, a la hora en términos de Juan, en que Jesús debe actuar, puesto que el evangelio de Juan -que empieza con la misma palabra que el Génesis, Beresit, en el principio-, presenta toda la acción de Jesús como la culminación de la Creación, como una manifestación en la historia de algo que ocurre en la preeternidad, lo que viene representado por el numero seis, símbolo del sexto día de la creación que se completa, en el tiempo, con la manifestación de Jesús, de manera que todos los sucesos importantes de su vida acaecen en la hora sexta o en el día sexto.

María, en el episodio de las Bodas de Caná, se da cuenta de que ha llegado la hora, el momento, de que Jesús empiece a actuar:

Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice su madre a Jesús: “No tienen vino”. Jesús le responde: ”¿Qué tengo yo contigo mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. Dice su madre a los sirvientes: “Haced lo que él os diga” (Juan II,3-5).

Y Jesús, aunque dice que todavía no había llegado su hora, convierte el agua en vino. Una vez más la anécdota material nos apunta al sentido místico y real de los hechos; más allá que la bebida, el vino que les faltaba a los hombres, y cuya carencia María detecta, es ese vino que «hace alusión al saboreo, o el regusto (zoq), nacido en el corazón del sufí como fruto del recuerdo de Dios (Zekr), un regusto que le vuelve ebrio; símbolo también de la embriaguez del Zekr y el hervir del amor»[8]. Y Jesús, a instancias de su madre, asume públicamente su función de tabernero, de expendedor del vino que debe permitir alcanzar el amor libre de toda impureza, amor del que dará testimonio con su sangre, de la cual el vino será permanente recuerdo y actualización. Por otra parte el consejo de María, “Haced lo que él os diga”, nos recuerda como la obediencia al Maestro “fuerza” la llegada del momento y puede hacer que nuestra propia agua se convierte en vino.

María continuará su vida silenciosa al lado de Jesús, meditando las cosas en su corazón, hasta alcanzar esa morada que le permite lograr la Unión plena y que la tradición cristiana simboliza con su asunción al cielo en cuerpo y alma en el momento de su muerte.

María Magdalena

María Magdalena tiene una larga historia sobre la que los autores no se ponen de acuerdo y que los eruditos dicen estar formada por la superposición de varios personajes, hay sin embargo un momento central en la vida de María Magdalena que da sentido a todo lo que la leyenda (que en el caso de las leyendas sagradas no es más que la historia vista desde la hierohistoria) construya alrededor de ella. Se trata del momento en que se dirige al sepulcro vacío de Jesús:

El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Estaba María junto al sepulcro, fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, […] se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: “Mujer, ¿por qué‚ lloras? ¿A quién buscas?” Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: “Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevar锂 Jesús le dice: “María”. Ella se vuelve y le dice en hebreo: “Rabbuní” -que quiere decir: Maestro[9]-. Dícele Jesús: “No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras. (Juan XX, 1;11;14 -18).

María es no sólo la primera persona que ve el sepulcro vacío -como luego harán, tras su aviso, Juan y Pedro- sino que es la primera que ve a Jesús resucitado, lo que nos habla del grado de identificación que había alcanzado con su Maestro, superior al de los demás, aunque esta identificación no parece haber alcanzado su culminación pues precisa su manifestación, que ser llamada por su nombre, para reconocerlo[10]. A continuación Jesús la convierte en la primera proclamadora del Evangelio, de la buena noticia -que eso precisamente significa el término griego evangelos- de que Jesús ha resucitado y ha recuperado la primigenia Unión con el Padre y que ese es el destino al que está llamado todo hombre: «mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios».

Pero ¿quien era esta mujer que tanto amaba al Maestro como para ser la primera testigo y proclamadora -apóstol por tanto- de su resurrección? El evangelio según san Marcos nos dice que Jesús había echado de ella siete demonios[11] y Juan se refiere a ella como la mujer que por dos veces ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos[12]. La primera vez se refiere, probablemente -aunque los eruditos lo discuten- a la pecadora de la que nos habla el evangelista Lucas:

Uno de los fariseos le rogó que comiese con él; cuando entró en la casa del fariseo se recostó a la mesa, y de pronto una mujer, que era pecadora pública, cuando supo que estaba a la mesa en casa del fariseo, lle­vando un pomo de alabastro lleno de perfume, poniéndose detrás, junto a sus pies, llorando, empezó a bañarle los pies con las lágrimas, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y le besaba los pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que lo había invitado, se dijo: “Este, si fuera profeta, sabría quién, y qué tipo de mujer es la que lo está tocando, porque es una pe­cadora”. Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. El dijo: “Maestro, di” […] Simón: “¿Ves esta mujer? Entré en tu casa: no me lavaste los pies, pero ésta bañó mis pies con las lágrimas y los enjugó con los cabellos. No me besaste; pero ésta, desde que entré, no cesó de besar mis pies. No ungiste con óleo mi cabeza, pero ésta ungió mis pies con perfume. Por eso, te digo, sus muchos pecados quedan perdonados porque ha amado mucho; en cambio al que se le perdona poco, poco ama”, y a ella le dijo: “Tus pecados quedan perdonados […] Vete en paz”.( Lucas XVII, 36-50).

La segunda ocasión, ya identificada Magdalena con la hermana de Lázaro y Marta, nos la cuenta Juan con una escena más escueta en casa de Lázaro:

Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume.[13]

María asume así el papel de la persona capaz de volver hacia el maestro -y de éste hacia Dios- todo su amor, una vez que el maestro le libra de la carga de su pasado.

Ambos relatos están cargados de un simbolismo que merece la pena apurar. Si los pies de un hombre significan lo más humilde de él, en cuanto han estado en contacto con el polvo, con lo que contamina, cuando se refieren a los pies de un Maestro perfecto, el simbolismo sufí nos permite profundizar en el significado de la escena. En la terminología sufí el pie, cuando hace referencia a Dios, simboliza el poder omnicomprensivo de Dios, la voluntad, la atención y la atracción del Amado, y el afecto emanado de Él. En palabras del maestro Maqrebi:

Nadie recorre con sus propios pies
la Senda que lleva hacia Él,
sino que camina con los pies de Él,
quien va hacia Su morada.
[14]

Por otra parte, el cabello ha sido presentado como símbolo de la fuerza vital del alma, y, en el caso de la mujer, el soltarse el cabello ante un hombre significa su entrega a él sin reservas. En el rico simbolismo de la poesía mística sufí, la cabellera alborotada con la que María limpia los pies del Maestro bien puede simbolizar: «la dispersión surgida como fruto de la multiplicidad » que expresa su deseo de sacrificarse para recobrar la unidad.

La guematría sobre los nombres hebreos nos muestra que “nardo” (254) equivale a “promesa”, a “sacrificio”, y que “puro” es reducible al valor de “vida” (18) y del propio Dios como viviente (Hay): por lo tanto el ungir los pies con “nardo puro” equivale a hacer la promesa, la entrega, de la propia vida, y al final toda la casa se llena del perfumado olor del sacrificio. Por otra parte las “lágrimas” tienen el poder de renovarlo todo pues su valor numérico (520) las hace equivalentes a rectitud, a bebé recién nacido o a puro según el ritual religioso judío (kosher)[15].

En resumen María Magdalena ha sacrificado su propia vida, y todo el mundo de la multiplicidad a los pies del maestro y a la voluntad de Dios, reconociendo que sólo Él nos puede llevar hacia Su morada, volviéndose un ser nuevo, purificado por el amor. Y de ella podrá decir Jesús, cuando su hermana Marta se queje de su inactividad por estar siempre sentada a los pies del Maestro:

Marta, Marta, te preocupas y te desasosiegas por demasiadas cosas. Sólo se necesita una. María escogió la mejor parte, de la que no se verá privada (Lucas X,41-42).

Estos son pues los méritos de María Magdalena para haber sido la testigo privilegiada de la resurrección de Jesús: había amado mucho y había escogido la mejor parte, la única necesaria. Para el sufismo María se presenta como una “raptada” que llega a la experiencia del amor y la unión de una forma espontánea, sin seguir una senda establecida, y que posteriormente, sentada a los pies del Maestro, escuchaba su Palabra (Lucas X, 40) y recibe aquella formación que le permitirá convertirse ella misma en maestra de los demás.

Los evangelios canónicos ya no nos dicen nada más de María Magdalena, pero volvemos a encontrarla presente en dos familias de tradiciones del esoterismo cristiano. La tradición del Grial nos dice que María[16], junto con Nicodemo, se llevó a Europa el cáliz que había contenido primero el vino de la Última Cena y luego la sangre de Jesús, dando origen a la leyenda de la caballería cristiana y de los custodios del Grial, símbolo éste de la vida divina capaz de llevar al hombre hasta su más alta meta. Por otra parte en las colecciones de escritos gnósticos recientemente aparecidos, en 1945, en Nag-Hammadi (en Egipto, próxima a la antigua Luxor), encontramos tres evangelios apócrifos que presentan a María como la depositaria de un conocimiento más profundo del misterio de Jesús, al que Pedro, representante del cristianismo exotérico, se resistía una y otra vez[17].

El evangelio de Tomás, que se autopresenta como la revelación del significado oculto del mensaje de Jesús, impartido por éste en el periodo que va entre su resurrección y su ascensión, nos ofrece la prueba más explícita del enfrentamiento entre Pedro y María:

Simón Pedro les dijo: “Que María salga de entre nosotros porque las mujeres no son dignas de la vida”. Jesús dijo: “Mirad, yo la impulsaré para hacerla varón, a fin de que llegue a ser también un espíritu (pneûma) viviente semejante a vosotros los varones; porque cualquier mujer que se haga varón, entrará en el Reino de los cielos”. [18]

Este párrafo, además de hacer explícito una vez más el antifeminismo de aquellos tiempos, pone claramente de manifiesto que María Magdalena ocupaba, en la comunidad a la que va dirigida el evangelio de Tomás, un lugar igual a los demás apóstoles y que Jesús le reconoce esa dignidad, en virtud precisamente de lo que él le daba a ella. Una lectura aún más profunda de este texto pondría de relieve que precisamente en María -y no en los demás, al menos hasta ese momento- se alcanzaba la unidad entre lo femenino y lo masculino que, según el propio evangelio de Tomás, era condición indispensable para alcanzar la meta:

Jesús les dijo: Cuando hagáis de los dos uno y hagáis lo de dentro como lo de fuera y lo de fuera como lo de dentro y lo de arriba como lo de abajo, de modo que hagáis lo masculino y lo femenino en uno solo, a fin de que lo masculino no sea masculino ni lo femenino sea femenino […] entonces entraréis en el Reino.»[19] «Por eso yo digo: Cuanto sea unido estará lleno de luz, pero cuanto sea separado estará lleno de tinieblas.[20]

El evangelio de Felipe nos vuelve a mostrar los celos de los demás apóstoles hacia María, Jesús una vez más les hace ver que hay algo en la Magdalena que la hacía más próxima a él que los demás:

El Salvador la amaba más que a todos los discípulos, y la besaba frecuentemente en la boca. Los demás discípulos se acercaron para preguntar. Ellos le dijeron: “¿Por qué la amas más que a todos nosotros?”.El Salvador respondió y les dijo: “¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?”»[21].

Pues precisamente la mayor pureza de María era, no sólo la que la hacía más digna de ser besada, sino también la causa de que el beso tuviese en ella una eficacia que la hacía cada vez más perfecta:

Pues los perfectos conciben mediante un beso, y engendran. Por ello nos besamos unos a otros, recibiendo la concepción por la gracia mutua que hay entre nosotros»[22].

La frase anterior, por otra parte, recuerda poderosamente, el beso de iniciación con el que, en algunas tradiciones, el maestro transmite su aliento a aquel discípulo al que quiere convertir en nuevo maestro. Así, por ejemplo, el sufismo llama “poseedor del aliento” al maestro de la senda y “aliento del Mesías” al de aquel maestro perfecto que, con su aliento, puede devolver la vida a los muertos.[23]

Este papel de María Magdalena como la más digna conocedora de los misterios de su Maestro hizo que por determinadas comunidades circulase un evangelio atribuido a ella (o sobre ella) del que quedan muy pocos fragmentos, algunos de los cuales resultan muy significativos:

Ellos, sin embargo, estaban entristecidos y lloraban amargamente diciendo: “¿Cómo iremos hacia los gentiles y predicaremos el evangelio del reino del hijo del hombre? Si no han tenido con él ninguna consideración, ¿cómo la tendrán con nosotros?”. Entonces Mariam se levantó, los saludó a todos y dijo a sus hermanos: “No lloréis y no os entristezcáis; no vaciléis más, […] su gracia descenderá sobre todos vosotros y os protegerá. Antes bien, alabemos su grandeza, pues nos ha preparado y nos ha hecho hombres” . Dicho esto, Mariam convirtió sus corazones al bien y comenzaron a comentar las palabras del [Salvador]. Pedro dijo: “Mariam, hermana, nosotros sabemos que el Salvador te apreciaba más que a las demás mujeres. Danos cuenta de las palabras del Salvador que recuerdes, que tú conoces y nosotros no, que nosotros no hemos escuchado”. Mariam respondió diciendo: “Lo que está escondido para vosotros os lo anunciaré” […] Después de decir todo esto Mariam permaneció en silencio, dado que el Salvador había hablado con ella hasta aquí.[24]

Y llegados a este punto María Magdalena vuelve a sumergirse en el silencio, en la que quizás es la enseñanza más elocuente y práctica de las dos Marías: su capacidad para hacer el silencio, encontrarse fecundadas por Dios en su corazón y hacer que los demás sean capaces de repetir el encuentro.

Después de ellas muchas mujeres siguieron, en la tradición cristiana, la misma senda de silencio servicial, fecundo y en buena parte anónimo. De ellas nos ocuparemos la próxima ocasión, si a Dios place.

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[1] Nombre femenino con plural masculino
[2] cf. Mateo I, 23
[3] Agradecemos a nuestra amiga y compañera Ana María García su ayuda en el análisis del sentido de las palabras hebreas
[4] Para más información véase: Dr. Javad Nurbakhsh Jesús a los ojos de los sufíes.
[5] Dr. Javad Nurbakhsh En el Camino Sufí: Cuarenta palabras y treinta mensajes, mensaje 2º.
[6] Cf. Dr. Javad Nurbakhsh La Gnosis Sufí (Tomo I).
[7] Cf. Dr. Javad Nurbakhsh La pobreza espiritual en el sufismo.
[8] Cf. “Glosario de los símbolos de la terminología sufí” en Diwan de Nurbakhsh (edición española en preparación en Ed. Trotta).
[9] Juan, que escribe en griego, da esa explicación del termino hebreo Rabbuni, que en hebreo textualmente significa “Maestro mío” lo que añade una particular carga de afecto.
[10] Del mismo modo todo hombre cuando escucha la Voz que le llama por su nombre vuelve su rostro hacia Dios, se con-vierte e inicia el camino de regreso.
[11] Marcos XVI,9
[12] Juan XI,2 y XII,3
[13] Juan XII, 3
[14] Cf. “Glosario de los símbolos de la terminología sufí” en Diwan de Nurbakhsh.
[15] Curiosamente también tiene el mismo valor numérico que “abubilla”.
[16] Aquellos cuyos ojos están velados para los misterios han querido construir sobre esta tradición la presunta historia de un descendiente de Magdalena y Jesús, que sería la auténtica sangre real. Los ignorantes siempre manchan o destruyen lo que no son capaces de entender.
[17] Dejamos deliberadamente de lado el “uso” que, de la figura de María Magdalena, hacen las distintas sectas gnósticas dentro de sus respectivos sistemas, como es el caso de la Pistis Sophia de los valentinianos, por considerar que se trata de un tratamiento ya muy elaborado desde el punto de vista de las propias doctrinas de cada escuela.
[18] Evangelio de Tomás 114
[19] Evangelio de Tomás 22
[20] Evangelio de Tomás 61
[21] Evangelio de Felipe 63,32-64,2
[22] Evangelio de Felipe 59,2
[23] Cf. Dr. Javad Nurbakhsh La pobreza espiritual en el sufismo.
[24] Evangelio de María 9,10-19,21; 17,10

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